A Francisca Serafina Girard Viga le brillan los ojos cuando canta “Las muchachas de Frontera”, aquella canción compuesta especialmente para ella en la que se describe la belleza de las mujeres nacidas en esa tierra donde el río Grijalva se junta con el mar.
Serafina se emociona al recordar los primeros años de su vida en el puerto de Frontera, donde se distinguió por su belleza, tanto que a los 16 años fue coronada La Flor Más Bella de Tabasco. “Fue una etapa muy bonita”, dice mientras finamente teje sus memorias, como los manteles y cortinas de crochet que adornan su casa en la colonia La Inalámbrica y donde este domingo se reunirá con sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos para celebrar su centésimo cumpleaños.
“Es increíble, ¿verdad?”, dice con sonrisa pícara, tras asegurar que su longevidad es de familia, pues su abuelita Fina murió a los 95 años.
Hija de Juan Girard Andrade, de origen francés, y María Dolores Viga López, de ascendencia española, Francisca Serafina nació el 9 de marzo de 1914, cuando el nombre completo de Frontera era Puerto Guadalupe de la Frontera. Finita, como le dicen sus familiares, tuvo una infancia desahogada y fue de las pocas niñas de su comunidad que concluyeron la primaria. Sin embargo, no continuó sus estudios porque para entonces tenía que viajar a Villahermosa y su madre no lo permitió por seguridad.
Era la época del gobierno de Tomás Garrido Canabal, cuyo mandato se caracterizó por la persecución religiosa. En ese entonces, Finita daba clases a los niños de primer año de primaria y cuando la intentaron reclutar para que recorriera las casas a fin de destruir imágenes religiosas ella se opuso y renunció a su trabajo. Finita no sabe si fue por su valentía, pero le permitieron quedarse en el colegio, al que por cierto llegó por invitación del director. “Yo le había dicho que no podía dar clases, pues sólo tenía sexto de primaria, y él me dijo que no me complicara pues atendería a los niños de primero”.Fue la época en que por su belleza, lo que atribuye a su herencia española, francesa y tabasqueña, fue invitada a representar a Frontera en el certamen La Flor Más Bella de Tabasco. Fueron 17 chicas que optaron por el título que Finita conquistó.Su rostro entonces ya no era ignorado y muchos jóvenes se apuntaron para conquistarla. Un día se le juntaron tres serenatas bajo su ventana. “Las serenatas me volvieron loca”, dice.
Su madre estaba entusiasmada con un joven fotógrafo, pero a Finita no le gustaba porque era chaparro. “A mí me gustaban los altos, con los que pudiera bailar”.
Enamorada
Fue justamente en un baile donde conoció al yucateco Augusto Pech Ventura. Él era músico de la orquesta. Allí sólo se vieron, hasta que en otra fiesta por fin bailaron. Su madre, quien no veía bien que una joven se casara con un músico, porque a su juicio vivía en la pobreza, la sacó de las orejas de la pista.
Pero eso no detuvo a Finita, quien siguió viendo a Augusto. Un día él le pidió tomarse una foto para enviársela a sus familiares de Mérida para que la conocieran, pero ninguno de los dos contaba con que el fotógrafo se lo diría a la mamá, quien pidió que la foto se le entregase. Y Finita recibió otro regaño y la prohibición de ver al músico.
Un día la pareja acordó casarse a escondidas. En el último momento Finita se lo dijo a sus padres, pero sólo su papá acudió a la ceremonia. Se casaron nada más por lo civil, porque la persecución religiosa continuaba.
Reconciliación
Al año de contraer matrimonio Finita se embarazó y mientras estaba en el hospital su madre la fue a ver. “Finita, mira cómo estás, por eso no quería que te casaras”. Fue el principio de la reconciliación entre madre e hija, y con el tiempo la madre no sólo aceptó a Augusto como un miembro más de la familia sino que lo consideró su yerno favorito, antes de que éste fuera nombrado director de la Banda de Música del Estado y el Conjunto de Cuerdas del Salón de la Historia y, más tarde, subdirector de la Orquesta Típica Yukalpetén.
El tiempo siguió su curso y el matrimonio se trasladó una temporada a Campeche y luego se estableció en Mérida. “A mí siempre me gustó la Ciudad Blanca”, recuerda Finita, quien a su llegada hizo amistad con muchas damas -entre ellas la esposa del ex gobernador Federico Granja Ricalde-, con quienes formó el Club de la Amistad.
Finita recuerda que a su llegada Mérida era muy distinta a como es ahora. “Hasta los carnavales son diferentes”, señala, tras recordar que las calles quedaban inundadas de flores y confeti. “Todo era bonito y tristemente veo que ha ido decayendo”.
Considera que su carácter y el entusiasmo por la vida la han mantenido cien años. “No hay ningún secreto para vivir mucho, yo sólo como bien y duermo bien”, señala la centenaria, a quien le gusta todo tipo de comida, aunque confiesa que el puchero yucateco es su favorito.
Finita tiene cuatro hijos (Irma Iris, Augusto, Vilma Edith y Elvia Dolores), 15 nietos, 18 bisnietos y dos tataranietos.- Iván Canul Ek
Centenaria dama | Perfil
Además de su boda, en otros momentos su vida se vio afectada por la persecución religiosa en Tabasco.
Imágenes
En el gobierno de Tomás Garrido Canabal, que se caracterizó por la persecución religiosa, Finita daba clases a niños de primero de primaria y cuando la intentaron reclutar para que recorriera las casas y destruyera imágenes religiosas ella se opuso y renunció a su trabajo.
Se queda
Finita no sabe si fue por su valentía, pero le permitieron quedarse en el colegio, al que por cierto llegó por invitación del director. “Yo le había dicho que no podía dar clases, pues sólo tenía sexto de primaria, y él me dijo que no me complicara pues atendería a los niños de primero”, recuerda.