Mi abuelita nunca manejó, pero contaba con una buena flotilla de coches para trasladarse desde el Parque Conde de Orgaz en Madrid, donde vivía, hasta el lugar al que tuviera que ir para realizar sus diligencias.
Con el paso del tiempo, al fallecer mi abuelito y quedarse sin hijos porque se casaron ella decidió cambiarse de casa y vivir en un lugar más céntrico. Se reunía con sus amigas una vez por semana en una cafetería y para llegar allí tenía que hacer uso del transporte urbano, o sea, metro y autobús, los cuales en Madrid y su Comunidad son muy buenos.
Para ver a sus nietos a la salida del colegio tomaba el autobús y llegaba a la escuela a esperar a que llegara mamá por nosotros; nos íbamos todos a su casa y mientras mamá iba a realizar algunas compras y diligencias ella se hacía cargo de nosotros, nos preparaba la merienda, nos enseñaba a comer, a pintar, a rezar; paseaba con nosotros y por supuesto aprendíamos buenos modales.
Desde muy pequeños nos enseñó a respetar a los mayores, a saludar a todo mundo, a dar los buenos días o buenas tardes, a pedir las cosas “por favor” y a decir “gracias”. Nos enseñó a saber quién pasaba primero cuando dos personas se encontraban delante de una puerta y a comportarnos en la iglesia.
Mi abuelita ya no vive y quizás nunca supo todo el bien que nos hizo, así que desde aquí le agradezco muchísimo el tiempo que dedicó a sus nietos para que fuéramos personas respetuosas, de buenos sentimientos y excelentes modales.
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*) Diplomada en protocolo y organización de eventos, y artista plástica. Correo: pvarases@msn.com.