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Desde Bangkok

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Tres años en Siam

 

Jorge Luis Hidalgo Castellanos

 

 

La despedida fue de madrugada. Había sueño y tristeza en la mirada pero también esperanza. El avión saldría del Suvharnapum antes del amanecer. Se dejaban tres años de vida, de experiencias, de trabajo, de aprendizaje y de sonrisas. Una etapa más terminaba para dejar que otra comenzara brindando la incertidumbre propia del porvenir, afortunadamente en un lugar cierto y también sorprendente, incluso mágico o surrealista.

 No obstante la temprana hora, el calor se sentía en ese país tropical del sureste asiático donde la corbata y el traje salen sobrando haciendo de la guayabera, el barong  tagalog o la filipina una necesidad. Las sandalias o calzado cómodo y bajo son lo usual en los súbditos de un reino en el que llueve mucho y para quienes el agua es un elemento familiar con el que han convivido miles de años. Nagá es su diosa, a ella le ofrecen los krathongs anualmente, con cánticos y ritos simples. Hay tanta agua que originalmente las casas se contruían sobre palafitos y los poblados tenían canales para drenar el terreno y a la vez servir para transportarse. Muestra actual del antiguo Siam son los mercados flotantes como el de Damnoensaduak. Similitud con Xochimilco o con algunos lugares del sureste mexicano.

 La ciudad de los ángeles o Krungthep, como se le conoce a Bangkok, guarda secretos y rituales que no se conocen en tan poco tiempo, como tampoco se comprende completamente el Songkran, la monarquía, el budismo y El Ramakien. Pensar que las creencias en el paladjik o el nangkuak, los katoey, los talismanes, los adivinos, el masaje y el muaythai son banales o puro folclor sería demeritar siglos de tradición y cultura.

 El buda esmeralda, el reclinado y el Gran Palacio o el del amanecer (ArunWat) con los yakshas y los singhas gigantes que los resguardan acaban por ser cotidianos después de un tiempo, pero siempre majestuosos. La danza de Pichet Klunchut y las marionetas de Joe Louis son sólo ejemplos de las artes tailandesas, así como la seda y las porcelanas celadón y becharóng. Siam Niramit en Bangkok, junto con Fanta Sea en Phuket, son espectáculos de calidad que ayudan a conocer Tailandia, su historia y su cultura, cuya base es el arroz, pero cuya gastronomía es amplia, rica y variada.

Las kinnaríes, con sus pequeñas alas, que ofrecían mangostín y dorian, junto a las voluptuosas apsarás con sus danzas milenarias que inspiraron la escritura estos tres años quedarán en el recuerdo como un fabuloso sueño salido de un palacio siamés o de los templos en cuyos corredores están plasmados murales antiguos que recrean pasajes de El Ramakien. Rama y Hanumán y sus ejércitos combatiendo a los demonios de Thotsakán para rescatar a la hermosa Sita. Las estupas de los miles de templos budistas e hindúes del reino serán, junto con los elefantes y garuda, el dios alado y sello oficial, símbolos de una etapa única en la vida. Ayutthayá y Sukhothai, inolvidables y eternos lugares sagrados, al igual que el Chao Phraya y el Mekong, ríos que llevan y dan la vida en esa parte de Asia.

 Los años vividos en Tailandia corresponden a los del conejo, del dragón y de la serpiente en el calendario chino y son equivalentes al 2554, 2555 y 2556 del tailandés budista. Han sido mágicos por diversas razones: nuevas cosas vistas y experimentadas, proyectos y labores con resultados positivos, reencuentros personales y del alma, confirmaciones de amistad; en suma, crecimiento en todos los sentidos, lo que se intentó transmitir semanalmente Desde Bangkok.

 De la capital al golfo de Tailandia, de Isan a Kanchanaburí y de Chiang Mai al mar de Andamán o Narathiwat. Todo el territorio y sus cosas son sorprendentes en este reino, cuyo monarca es adorado por su gente y su sistema político es peculiar. México y Tailandiatienen mucho en común y comercial y económicamente, mucho que compartir.

 Entre los millares de exuberantes orquídeas de diversos colores, tamaños y variedades el bello rostro de una kinnarí sonreía y sus manos, juntas en el pecho desnudo, saludaron (wai) para despedirse. El recuerdo se llenó de tamarindos, mangos y pitahayas, además de algunos guamuchiles, liches, plátanos, toronjas, rambutanes y piñas. Un bosque vino a la mente en el que resaltaban árboles de teca, bodhis y los rosáceos chompúpantip como si fueran las chides de los monasterios donde deambulan, oran y meditan hombres y mujeres en túnicas anaranjadas o color de azafrán.

 Rumbo al aeropuerto, a la salida del edificio, junto a unas fragantes liliwadíes o frangipaníes, se podía ver la casita de los espíritus, iluminada (Phraphum) por la luna llena, la base del Patitin Chantharakhati, el calendario thai que rige la vida budista. Esa casita que existe en los patios de toda vivienda en Tailandia para que sea protegida por una especie de duendes a los que hay que alimentar diariamente y ofrecerles Dao Ruang, nuestra cempasúchil. Otra semejanza con el sureste mexicano que recuerda a los aluxes. Inadvertidamente incliné la cabeza y con las manos juntas hice un wai sonriendo, mientras una lágrima descendía en mi mejilla.

Ojalá los espíritus cuiden la moradía en mi nuevo destino, sea el año 2013 de nuestro Señor, el 2556 budista o el de la serpiente, en una tierra tan sorprendente cuanto Tailandia por su gente noble. Gracias a todos por viajar juntos durante tres año sal país de las sonrisas. ¡Kokkhumkhap! 


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