Año 1520. Un joven culto, delgado y hermoso, amante de las letras, las artes, la poesía, la orfebrería, todo un príncipe del Renacimiento, entra para rezar en la nueva Ayasofya, la otrora Basílica de Santa Sofía, tan sólo 67 años después de la caída de Constantinopla, ahora Estambul. Es el momento en que su vida bascula.
Acaba de tener noticia de la muerte de su padre, Selim I, el Terrible y es el nuevo sultán del vasto y rico Imperio Otomano.
No se puede hablar de Carlos I de España y V de Alemania, de Francisco I de Francia ni de Enrique VIII de Inglaterra sin hablar del otro gran personaje del momento, Solimán, conocido en Occidente como “El Magnífico” por la magnificencia con la que supo rodearse durante toda su vida, pero como Solimán “Kanuní” en turco, “El Legislador”, por todos los cambios que estableció en el sistema jurídico y administrativo de su imperio.
Si alguien tenía dudas de que un refinado príncipe no podía llevar a buen término empresas militares, dos grandes victorias inauguraron su reinado. Primero fue la toma de Belgrado, llave del Occidente, que a la sazón pertenecía al Reino de Polonia. De inmediato se dirige a Rodas, un bastión de la cristiandad en el Mediterráneo y defendida por la Orden de San Juan de Jerusalén. Después de estas victorias reemplazó a su gran visir por Ibrahim, su compañero de la infancia, gran amigo y confidente, esclavo y aparentemente oriundo de Grecia.
Ya Solimán tenía favorita cuando conoce entre las jóvenes de su harem a Roxelana. Se cree que Roxelana era una esclava raptada en la actual Ucrania por los tártaros de Crimea, hija de un pope ortodoxo y que fue vendida a los turcos por su belleza. Su nombre original se cree era Alexandra Anastasía Lisovska y que nació en la actual Rogatin.
A su favor tenía el hecho de ser una mujer alegre, cautivante, reía, cantaba y bailaba. Aprendió los difíciles pasos de la danza turca de palacio (no la del vientre) y se dedicó a perfeccionarla para seducir al sultán. Después de una primera noche en su compañía supo agenciárselas para hacerse indispensable. Un día, en los corredores de palacio Roxelana se encontró con la favorita (kadín, por ser madre de heredero), quien cubrió de golpes a Roxelana. Una verdadera pelea de mujeres: arañazos, tirones de pelos, moretones, ropa rota. Roxelana no se defiende.
Por la noche, cuando Solimán llama a Roxelana (gran ofensa) ésta rechaza venir a verlo. Al insistir Solimán, Roxelana se presenta toda maltratada y acusa a la kadín: “No me he defendido para proteger a tu hijo que llevo en mis entrañas”. Esto bastó para que la primera favorita fuera desterrada.
En su papel de gran manipuladora, Roxelana logra que primeramente el Sultán la emancipe pues un Sultán no podía casarse con una esclava. Una vez logrado este objetivo, durante varios días rehúsa relaciones íntimas porque también para el islam eso es pecado si no hay matrimonio de por medio. Después de varios días de abstinencia Solimán consiente y le ofrece matrimonio. Esto alejó definitivamente a la primera favorita, madre de Mustafá, heredero de Solimán.
Logrado su objetivo, Roxelana ahora quiere ocuparse de política. Su recámara es un Estado dentro del Estado. En el Salón del Diván, es decir, el Consejo de Ministros, Roxelana se mandó construir un pequeño balcón con una reja detrás de la cual se sentaba para escuchar a ocultas todas las discusiones de los ministros de su marido.
Solimán quiso hacer de su capital, Estambul, una de las más hermosas del mundo por lo que mandó construir más de 300 edificios públicos, entre ellos la magnífica Mezquita de Solimán, la mayor de las mezquitas de la ciudad, donde se prioriza la sobriedad y la potencia a la riqueza de la decoración.
En su expansión hacia el Oeste, Solimán tropieza con los intereses de otro gran emperador, Carlos I de España y V de Alemania. Son las dos grandes potencias de la época. Un conflicto entre los dos imperios es inevitable. La primera confrontación es en 1529 ante las murallas de Viena. A pesar del fervor y la defensa de los vieneses, los cañones otomanos eran temibles.
Afortunadamente para los cristianos, el clima le jugó una mala pasada a Solimán. Los emisarios turcos son recibidos por las autoridades de la ciudad, quienes rechazan rendirse. Al día siguiente los cañones comienzan su trabajo pero por el mal tiempo muchos habían quedado abandonados en el camino y los pocos que quedaban estaban maltrechos.
Al no poder derrotar a los vieneses con los cañones deciden hacer túneles y poner bajo las puertas de la ciudad barriles de pólvora. Por una de ellas entran y son rechazados rápidamente por los habitantes de la ciudad. Los turcos comienzan a mostrar signos de debilidad: están cansados, muchos están enfermos por la llegada de un invierno precoz y escasean los alimentos; los soldados sólo quieren regresar a casa y, después de cuatro tentativas infructuosas de toma de Viena, Solimán se retira no sin antes prometer volver en el futuro.— (Concluirá)
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*) Traductor, intérprete y filólogo.