Cuando Carmen Ancona Pérez aceptó a Jorge Ceballos Ancona como esposo en una ceremonia en la Candelaria, lo hizo de una manera que iba en camino de volverse común: en español.
Su boda se celebró dos días después de la entrada en vigor obligatoria de las reformas a la Liturgia (la manera de efectuar las misas) que había dispuesto el Concilio Vaticano II, entre ellas que se oficiaran en los idiomas locales y no en latín. En diciembre de 1963, Paulo VI promulgó el decreto con los cambios autorizados. En octubre del año siguiente, los obispos de todo el mundo fueron instruidos por el Papa para que en la Cuaresma venidera ya estuvieran adoptados. Ese plazo se cumplió el domingo 7 de marzo de 1965. Este mes, hace medio siglo.
Carmen no tiene la seguridad de que la de su enlace fuera la primera misa que escuchaba en español, con el oficiante de cara a los fieles (no de espaldas, como se acostumbraba), pero sí que el cambio fue para ella “algo grandioso” por la comunicación que favorecía entre el sacerdote y la gente, una “comunión maravillosa” y diferente a lo que estaban habituados, pues hasta entonces la gente mostraba “poca devoción porque se fastidiaba”.
Pero lo que hasta entonces se hacía también tenía una razón de ser. “Siempre se dice en términos negativos: ‘El sacerdote le daba la espalda al pueblo’. Es incorrecta la expresión y bastante limitante de la acción del sacerdote en aquel entonces”, dice el padre Juan Pablo Moo Garrido, licenciado en Sagrada Liturgia por el Pontificio Ateneo San Anselmo de Roma, ceremoniero de la Catedral y párroco de Nuestra Señora de Lourdes.
“En realidad, el sacerdote lo que hacía era presidir a la comunidad como pastor y como si fuera una procesión. Las iglesias antiguas tenían retablos, que en la iconografía clásica de la Iglesia siempre representaron el Cielo; el altar pegado al retablo significaba el acceso al Cielo. No es que el sacerdote quisiera dar la espalda, sino que estaba en la puerta guiando a su pueblo”.
“Hoy hacemos énfasis en no ser (los sacerdotes) los primeros que vamos, sino en ser hermanos que acompañamos. La mística del Concilio Vaticano II es que el altar no es solamente el lugar del sacrificio de Cristo que nos abre la puerta al Cielo, sino la mesa de los hermanos”.
Como consecuencia, el altar se separó del retablo y pasó a ocupar el centro del presbiterio, “no sólo teológico, sino también geográfico para que todos lo rodeemos”.
Idiomas locales: “Queriendo hacer accesible a todos los pueblos el don de la Eucaristía, se pensó en que las gentes participaran de este Misterio en su propia lengua”, añade el padre Juan Pablo. Lo que no significa que se haya prohibido celebrar misa en latín. Pero “lo que da mucha más riqueza a la comunidad es entender en su idioma lo que Dios le ha querido revelar a través de Jesucristo”.
Participación comunitaria: Las partes que ahora pronuncian los fieles antes se escuchaba en latín solamente en voz de los monaguillos. El padre Juan Pablo recuerda que “el mismo criterio de participación abrió la posibilidad de que el Pueblo de Dios ya no fuera simple espectador, sino protagonista de la celebración y eso lo hizo a través de sus respuestas, del canto, que hoy no faltan”.
Duración: Las misas anteriores a las reformas del Concilio Vaticano II duraban cerca de una hora y treinta minutos, en comparación con las de ahora, que toman de 45 minutos a una hora. Eso, porque “el sacerdote empezaba preparando la misa en la sacristía: era parte de la celebración que se revistiera (se pusiera los ornamentos), preparara las ofrendas personalmente e hiciera algunas oraciones preparatorias”.
“Cuando salía a la misa el sacerdote debía hacer su confesión personal y luego la comunitaria, hoy en día la hacemos juntos. Si no había lectores preparados, el mismo sacerdote hacía las lecturas”.
“Después, la plegaria, como era en latín, la misma pronunciación y cadencia con que se pedía que se rezara exigían que el sacerdote estuviera más concentrado”.
El padre Juan Pablo recuerda que antes se hacía mucho énfasis en el cumplimiento de las indicaciones (el llamado rubricismo) para que valiera la misa: el sacerdote no podía elevar los brazos más allá de cierta altura, no podía despegar los dedos si tocaba el Santísimo porque podía tener residuos… “Hoy en día, el Misal nos dice que, sin alterar el rito y sin añadir ni quitar nada, tenemos un margen de libertad y creatividad litúrgica”.
Comunión: Antes del Concilio no se acostumbraba dar la Comunión con el pan y el vino juntos. “Hoy es generalizada la Comunión bajo las dos especies. Aunque no afecta la esencia del sacramento, simbólicamente es muy elocuente comulgar bajo las dos formas, crea el signo completo. Hoy, pan y vino se pueden recibir con mayor frecuencia que en aquel entonces”.
Música: “El órgano es el instrumento por excelencia en las iglesias”, señala el padre Juan Pablo. El Concilio Vaticano II, “cuando habla sobre la música, dice que promueva la participación de la comunidad y abre la posibilidad de (utilizar) más instrumentos, dándole prioridad al órgano y dejando abierta las puertas a las cuerdas. La gran apertura es que (la misa) ya se musicalizaba y eso promovía la participación del Pueblo de Dios”.— Valentina Boeta Madera