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Con la muerte de su hijo Sissi nunca más vuelve a ser la misma

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Franck Fernández Estrada (*)

El año 1889 trajo consigo una segunda tragedia que sacudió la vida de la Emperatriz Elisabeth. La muerte de Rodolfo en el famoso “Caso Mayerling”. Aún los historiadores no han terminado de ponerse de acuerdo sobre las reales circunstancias de la muerte de Rodolfo y su amante María Vetsera: ¿suicidio, como se informó?, ¿asesinato político? Y en este caso, ¿por quién? ¿Quién quería la muerte del heredero de la corona? ¿A quién beneficiaba?

A partir de la muerte de su amado Rodolfo Sissi nunca más fue la misma. El resto de su vida vistió de estricto luto y no se dejaba ver en público. Viajó mucho por todo el Mediterráneo y se construyó un hermoso palacio en la isla griega de Corfú al que llamó Achilleion, en honor a su héroe griego preferido: Aquiles.

Fue ella misma la que resolvió sus deberes de esposa buscándole una amante al Emperador, Katharina Scratt, para desculpabilizarse de estar ausente y desculpabilizar al propio Emperador. Incluso le daba consejos de dieta a Katharina para adelgazar porque era algo regordeta. Solución muy moderna para una mujer del siglo XIX. A pesar de esa solución Francisco José y Sissi se adoraban, de un inmenso amor y hasta el final de su vida, se escribían constantemente y firmaban con amorosos epítetos.

En septiembre de 1898 la Emperatriz Elisabeth, acompañada por su dama de compañía, la condesa húngara Irma Szataray, fue atacada en Ginebra por un anarquista italiano quien realmente pretendía eliminar al Duque de Orléans, Conde de París y pretendiente al trono de Francia. Se había anunciado a toda la aristocracia reunida en Ginebra estar vigilante. Sissi no entendía de esas cosas. Ese día quiso dar un paseo por el malecón delante del hotel Beau Rivage, donde se alojaba junto a su dama de compañía.

Fue a comprar rollos de música, el dueño del establecimiento la reconoció y fue muy amable con él. Después quiso tomar helado, como si supiera que era su último día no prestó atención a la línea. Debía tomar un barco de vapor para ir al otro lado del Lago Lemán, a Francia, donde visitaría a sus amigos los Barones de Rothschild con quienes había invertido dinero en vías férreas. Gracias a estas inversiones en acciones Sissi era una mujer inmensamente rica. El propio Emperador quedó sorprendido de la envergadura de su fortuna después del asesinato.

Solas, sin los policías que le había brindado el Cantón de Ginebra a los que había despedido, Sissi e Irma están retrasadas para tomar el barco de vapor que les atravesaría el lago hasta Francia. Ya en el muelle se acerca el anarquista, le encaja en el vientre un estilete, ella no se da cuenta de nada, cae. Creyó que era un ladrón que le quería robar su reloj. Los presentes incluso gritaron para atajar al ladrón. Su abundante cabello amortigua la caída y muy pálida sigue camino al barco. Ya a bordo sufre un desmayo, Irma retira el corsé y bajo el seno izquierdo un pequeño punto de sangre. El barco ya había partido: “¿Quién es la pasajera?”, pregunta el capitán. “Su Alteza Imperial y Real”, grita Irma; hay que regresar de inmediato a la orilla. Una hora más tarde, Elisabeth fallece en su habitación del hotel Beau Rivage.

El cortejo fúnebre salió del elegante hotel Beau Rivage hasta la estación de trenes Ginebra-Cornavin rumbo a Viena. Después, viaje a Budapest para funerales en la segunda capital del imperio y por último entierro en la Cripta de los Capuchinos en Viena al lado de su hijo Rodolfo. Francisco José la seguiría 18 años más tarde.

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*) Traductor, intérprete y filólogo.


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