Alberto Arceo Escalante (*)
El arte encontró en el hiperrealismo una forma de simular el gesto humano con verosimilitud. El espectador naufraga en un instante de incertidumbre en el que no sabe si es fotografía o pintura, luego es apaciguado en el puerto de la certeza: ¡es pintura! El asombro del público ante la técnica es infalible, el lienzo se vuelve espectáculo.
La retrospectiva inaugurada por el Museo Thyssen-Bornemisza “Hiperrealismo 1967-2012″ en marzo del año pasado propuso revisar la relevancia del movimiento. En ella, por un lado, se esbozó una genealogía de pintores desde los inicios del “estilo” en la década de los sesenta y, por otro, puso en debate la vigencia de una tercera generación que intenta en la mimesis esgrimir una hoja nuevamente afilada. No obstante la popularidad comercial de estas imágenes, la exhibición mostró un lado profundamente crítico de la pintura. Si bien para algunos estas búsquedas figurativas son reivindicaciones pírricas que comprueban la banalidad e intrascendencia del hiperrealismo derivativo, para otros contribuyen a evidenciar que la muerte de la pintura nunca llegó -como si fuera necesario seguir hablando de ello- y que no ha dejado de revitalizarse.A continuación abordaré parte de la obra del artista yucateco Jorge Espinosa Torre, quien se inscribe, aunque no por convicción, en dicha corriente.
Uno de los rasgos que determina su obra es la destreza pictórica con la que logra efectos fotorrealistas. El artista recorre un proceso creativo que se encuentra, al momento, íntimamente ligado al resultado técnico premeditado. Cabe señalar que para los artistas hiperrealistas como Espinosa Torre un aspecto relevante es la estrecha relación entre la fotografía y la pintura. La captura de la imagen trabaja como una previsualización del cuadro final en la que entra en juego valores como color, textura y composición. Es una suerte de proceso único en el que la acción fotográfica está en función de lo pictórico.
Así también lo fue para los hiperrealistas de la década de los setenta que asombraron por su factura como Chuck Close, Franz Gertsch y Richard Estes. La habilidad para imbricar, una sobre otra, capas de pintura y obtener el contraste conveniente de tonalidades estridentes y opacas conlleva el dominio integral de la técnica. Ciertamente es una labor obsesiva la que el artista hiperrealista realiza para mimetizar la imagen fotográfica.Al comienzo de su producción, Espinosa Torre exploró la figuración conformando universos fantásticos y personajes arcanos. Las imágenes revelaban símbolos artificiosos y mundos paliativos creados para enmarcar la única constante en su obra hasta hoy, rostros y cuerpos. Posteriormente, en algunas piezas a partir de 2011 Espinosa articula un heterogéneo lenguaje matérico de transparencias, trazos gestuales, salpicaduras, miradas y entidades corpóreas hiperreales. Los cuadros, en esos casos, se tornaron un espacio de diálogos entre lenguajes pictóricos, por un lado figurativo y efectista, y por otro abstracto y puro. La superficie acoge tensiones y desatamientos que van de lo contenido y planeado al encuentro del accidente y la emancipación del trazo. Lo indefinido, ciertamente, acentuó lo hiperreal.
Parte de su producción en los últimos tres años ha respondido a encargos de retratos que le llegan a través de la galería Lourdes Sosa. En ellos el rostro ocupa en el lienzo, como en un encuadre cinematográfico, el primerísimo plano. Así, Espinosa Torre optaba por prescindir de objetos o ambientes innecesarios en su discurso reduciendo sus pinturas a expresivos rostros. En estas obras no basta para el pintor hacer manifiesto el efecto de realidad, también hay que aumentarlo en dimensión potenciando su capacidad expresiva. Una condición de zoom indenomina estos cuadros que se perciben, más bien, como ensayos técnicos o decorativos. Otras piezas, concebidas a contrapelo el encargo, sorprenden por su inmediatez y vitalidad.
Tres obras considerables de Espinosa Torre realizadas en este mismo período que, por cierto, en conjunto articulan un sugerente juego de resonancias y desdobles de la mirada, son “La ventana” (2011), “Ermilo” (2012) y “Aquí te espero” (2012). Estos rostros amplificados revelan una enérgica carga emocional que conducen al encuentro de uno mismo provocando plenitud y conmoción. La mirada, de alguna manera, siempre es leitmotiv en el trabajo de Espinosa Torre y el medio por el cual prueba confrontarnos con la realidad. El acto de ver y ser visto crea un espacio de reconocimiento y validación. Los ojos del otro provocan la conciencia corpórea de uno mismo.
En su obra existe un esfuerzo vitalista y sentimental por aproximarnos de nuevo a la esencia humana. Pero es ahí donde una paradoja se inserta entre forma y sentido en la pintura del artista yucateco. Al buscar revelar la esencia de las cosas por medio de la técnica artificiosa e ilusionista del hiperrealismo entra, sin desearlo quizá, en el vasto y antiguo debate de “arte y realidad”.
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*) Licenciado en Historia del Arte.
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