Si hay algo que verdaderamente enferma al ser humano son las heridas que no han sido curadas. Por supuesto, me refiero a las heridas emocionales, las heridas que creemos que hemos dejado en el pasado, pero que están muy presentes en nuestros pensamientos y decisiones.
Hay heridas del pasado que no hemos sabido manejar, heridas que se pueden llamar también rencores, resentimientos, envidias, celos, traiciones, infidelidades, etcétera.
Cuánto daño hace a una persona una herida del pasado que no ha cicatrizado. Es un cáncer emocional que poco a poco va acabando con la vida de la persona y la va volviendo alguien con menos esperanza, poco sentido de la vida, más apática.
Hay personas que parece que ya se acostumbraron a convivir con esas heridas y, aunque les duelen, pues ahí las tienen, las soportan porque no saben vivir de otra manera. Pero ¿es realmente lo que queremos de nuestra vida? ¿No será mejor vivir en plenitud, con una madurez emocional que nos permita desarrollarnos como hombres y mujeres con relaciones auténticas y plenas?
La gracia de Dios es fundamental en esta curación. Abrir el corazón a la presencia del Espíritu Santo que viene y se nos ofrece en los sacramentos, pero también en diversas experiencias comunitarias, ahí en nuestra parroquia y centro pastoral. Cuando acudimos a nuestra pequeña comunidad parroquial estamos abriéndonos a la gracia de Dios que nos sana y nos invita a salir de nosotros mismos, venciendo todo egoísmo y dejando que Dios actúe en nuestra vida.
Dejemos a un lado las heridas, decidamos de una vez sanarlas, nuestra familia y comunidad esperan mucho de nosotros.- Presbítero Alejandro Álvarez Gallegos, coordinador diocesano para la Pastoral de la Salud. Correo: pastoralsaludyucatan@hotmail.com.