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La perfección de los felinos

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Pablo Neruda tenía razón. Todos los animales surgieron imperfectos en aquel extraviado paraíso y sólo el paso del tiempo los determinó cual son ahora. Únicamente el gato llegó, desde un principio, sin tacha y él mismo. Altivo, decidido, majestuoso.

Que el hombre desee ser pájaro o bisonte, que la serpiente anhele extensibles manos, que la codorniz se sueñe águila de altísimo vuelo puede pasar, pero el gato, el gato siempre ha querido ser gato. Sólo gato.

Enormes, variados, inmóvilmente satisfechos, multiplicados, observando a las menudas gentes, medio centenar de gatos ya están preparados para invadir espacios del Macay el próximo 9 de abril con porte de hidalgos y ese desprecio de lo casual que singulariza su naturaleza.

Trazados sobre cartón con lápices de colores, resultado de horas y horas de dibujo perfeccionista del maestro José Luis Loría, estos gatos, como antes los escarabajos, las mariposas y los pájaros del cielo, sostienen su eficacia estética en la perfección de líneas y la extrema pulcritud de los detalles. Por ellos, el artista ha corrido el riesgo usual. Ha debido llegar más allá de la naturaleza, por encima de todo color y cualquier ciencia.

Los ojos, esos mistéricos ojos de los gatos, centran la atención en esta muestra. En los cuentos del gato agazapado, el francés Marcel Ayme declara privilegiada a esa mirada que es plural, según las horas del día, los quiebres de luz, pero también única, como un pasaje a lo desconocido, presente en todos los ejemplares de la especie.

Si la realidad de todos los días usurpa nuestra capacidad de aprendizaje, el arte nos recupera el don de la sorpresa y el hallazgo. Así estos gatos puestos en el fuego de la ebullición creadora, sólo aparentemente detenidos, invitan a mirarlos más allá del ámbito de composición y el colorido.

Poema

Blancos, negros, amarillentos. De un gris con énfasis de perla. Los gatos de esta exposición llevan hasta nosotros el hechizo de sus pies de humo, nos obligan a recordar el ritmo de los versos de alabanza: Oh pequeño / emperador sin orbe,/ conquistador sin patria, / mínimo tigre de salón, nupcial/ sultán del cielo /de las tejas eróticas,/ el viento del amor/ en la intemperie /reclamas.

Ellos nos invitan, en la imprecisa mutación de cada instante, a dejarnos llevar, a través de las membranas de sus ojos, a una desconcertante transposición que nos convierte en observados, en criaturas entrometidas y curiosas a las que se atrapa cuando buscan respuestas para el misterio.

Estos gatos del maestro Loría, que dejan en sus ojos “una sola ranura para echar las monedas de la noche”, están destinados a exponerse en la China donde la nobleza del gato se reconoce desde hace mas de dos milenios. En la tierra del dragón aprisionado en el sándalo de un abanico, dejarán que su belleza, aparentemente inmóvil, pregone extraños, inabarcables mensajes.

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*) Cronista de la ciudad


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