Quién no ha participado en una reunión en la que alguno de sus miembros es un gran conversador y a todos cautiva con la fluidez de sus palabras y el humor de sus comentarios. Uno se quedaría horas escuchando a esas personas.
También hay personas que agarran la palabra y no “sueltan el micrófono”, como se dice coloquialmente cuando una persona acapara la conversación. Eso protocolariamente está mal.
“Habla para que yo te vea”, le dijo Sócrates, el gran filósofo griego, a un joven que le acababan de presentar. ¿Qué quiso decir Sócrates? Que hay personas muy bien vestidas y con una apariencia impecable que cuando abren la boca uno se queda perplejo porque no saben ni expresarse y mucho menos comunicar. Una persona puede nacer con un gran atractivo físico, una elegancia nata y, por supuesto, la indumentaria se puede conseguir, pero la belleza de la palabra es resultado de un duro aprendizaje.
No sé si recuerden la historia de Demóstenes, que era tartamudo de joven; su pedagogo lo metió clandestinamente en la Asamblea de Grecia, su admiración e interés por la oratoria nació y para conseguir ser orador se metía piedritas en la boca y recitaba frente al mar. Superó con esfuerzo sus dificultades para la oratoria por medio de ejercicios de declamación, llegando a ser el mejor orador de la antigua Grecia.
La expresión oral es muy importante y para comportarnos bien debemos fijarnos en algunos puntos de etiqueta y protocolo. La conversación tiene que ser cortés y amable, hay que aprender a hablar con tacto.
Debemos evitar temas como política, religión, sexo, enfermedades e intimidades personales o ajenas; nunca hay que hablar de dietas ni de cuánto cuestan las cosas.
Nunca debemos interrumpir, pues podría parecer que le restamos importancia a lo que se dice y eso es una falta de educación.
—–
*) Diplomada en protocolo y organización de eventos, y artista plástica. Correo: pvarases@msn.com.