Mujeres que alguna vez estuvieron al borde de la locura revelan cómo lograron librarse del manicomio. Sonrientes, perfumadas y arregladas con discreción, llegan a casa de la amiga que generosamente ofrece su casa para la reunión.
Dalia, la anfitriona, se desplaza a la cocina para traer el postre recién horneado. El esposo sirve el agua para el café y, discreto, se retira.
Las amigas, que se tratan como hermanas, aceptan compartir su experiencia y se turnan para recordar el infierno que vivieron antes de encontrar el camino al cielo.
Maru visitó psicólogos, psiquiatras, sacerdotes. Los profesionales coincidieron: estaba enferma por la convivencia con un alcohólico.
“Estoy loca”, pensaba. “Todos aceptan el alcohol como algo normal y yo no puedo”. La enfermedad emocional se volvió física. “Sufría taquicardia, el agua de la regadera me dolía, desarrollé hidrofobia. Los antidepresivos me hacían mal”, recuerda.
Alina no aceptaba su problema. “Me caía muy mal que me dijeran que estaba afectada por el alcoholismo de otra persona. Yo gozaba el alcoholismo ‘social’ de mi esposo; él cantaba, íbamos a bailes, la pasábamos bien”. La soberbia y la negación la dominaban. Se decía: “Soy inteligente, puedo manejar la situación; mi esposo tiene una profesión, imposible considerarlo un borracho”. Pero lo que Alina sentía era innegable. “Estaba enojada, inconforme, resentida”.
Ileana vivió fuertes crisis conyugales, infidelidades, abandonos, maltratos, pleitos con cuchillo, intervención de la Policía. “Era un caos total, perdí la dignidad, ya no sabía qué era el respeto… y llevaba a mis hijos entre las patas”.
Aun así, se resistía a buscar ayuda. Una compañera, al ver su renuencia, le dijo: “Muy bien, sigue así, aún te falta sufrir más”.
¿Cómo lograron estas mujeres librarse de la locura y no llegar al manicomio? Primero, tuvieron la bendición de saber que existe Al-Anon, un programa eficaz de ayuda mutua para familiares y amigos de alcohólicos. Y lo principal, se vistieron de humildad y se atrevieron a probar.
Maru trastabilló antes de levantarse. Se resistía a aceptar que estaba afectada por el alcoholismo. “Tenía dureza mental y espiritual, traía alto el orgullo”. Le vino una crisis peor y sus compañeras la auxiliaron. “Iban a mi casa, sentí que a alguien le importaba”. Fue el empujón que necesitaba. “Al-Anon empezó a darme esperanza, descubrí que no era la única que sufría por el alcoholismo de otra persona. Empecé a fijarme en los demás, descubrí que ahí estaba Dios, que en medio del dolor se puede sonreír”.
Alina se acercó a Al-Anon gracias a su mamá. La llevaba y la iba a buscar a sus juntas. “Mientras ella vivía, nunca llegué…”, dice con lágrimas. “Pero ahora ella me ve”. Una hermana menor y una amiga se decidieron antes que Alina y quizá eso la motivó. En un cumpleaños, en vez de estar feliz, se sentía tan mal que al fin se decidió. Fue al grupo Crucero de Serenidad y de ahí, a Crucero de Amor. “Saqué mis rencores, me fui sintiendo más libre”.
Ileana llegó al programa por quitarse de encima a la mamá de una amiga que, al ver su vida desastrosa, la invitaba a Al-Anon. “Me regaló el folleto de ‘Así que amas a un alcohólico’. Fue un golpe terrible. Un día fui a buscar a mi hija al colegio y me atreví a entrar a Crucero de Serenidad. Después me invitaron al grupo Crucero de Amor. Ahí comencé a crecer, a entender el programa, a seguir los pasos. a practicar el desprendimiento emocional de mis queridos alcohólicos. Al principio fue un dolor tremendo, pero llegaron la fortaleza y la serenidad”.
* * *
Maru, Alina e Ileana, mujeres fuertes y serenas gracias al programa Al-Anon, te invitan al 17o. aniversario de Crucero de Amor, que celebrarán el miércoles 12 de marzo. Por lo pronto te esperan en su local del fraccionamiento Residencial Pensiones, de lunes a viernes, de 10 a 11:30 a.m. Teléfono: . Recuperación, esfuerzo propio.
—–
*) Miembro de Al-Anon.