Los fuegos artificiales resonaban en la oscuridad de la noche, mientras nos abrazábamos con la familia y los amigos en punto de las doce para desearnos un buen año. Comimos las doce uvas de rigor y brindamos ante la esperanza y expectativa de cómo sería el nuevo año 2013 en términos de salud, amor, trabajo y demás. Con esa interrogante bailamos hasta la madrugada, felices de haber vivido un año más.
Los años en los que cumplimos una década son un poco más especiales que los otros, ya que inexorablemente enfrentamos las preguntas difíciles de la vida que, por lo general, solemos evitar: ¿quién soy, a dónde voy, qué quiero en mi vida, qué he hecho con ella?… Éste, al menos, ha sido mi caso.
Al cumplir décadas de vida, la conciencia está un poco más atenta a lo que la vida nos manda, tanto a los momentos de celebración como a los retos. Hasta ahora nunca había visto con mayor claridad que la vida es igual al juego Serpientes y escaleras. Lo que rige es el azar marcado por los dados, y avanzamos en las casillas ignorando lo que depara el destino. Cada año, el juego comienza en un nuevo tablero.
Si bien siempre he estado convencida de que cada quién construye su vivir de acuerdo con las decisiones que toma, e incluso ésa es la premisa de mi libro que está por publicarse y que lleva el título “Yo decido”, también sé que la vida nos presenta retos inesperados, representados en el tablero con la serpiente que nos obliga a retroceder muchas casillas involuntariamente: alguna enfermedad, un accidente, desempleo, etcétera; situaciones que ponen a prueba el material del que estamos hechos y cuyo único resultado -estoy segura- es hacernos mejores personas.
Bien decía mi padre que los momentos buenos hay que buscarlos, porque los malos llegan solos. Y mientras avanzamos en el tablero subiendo escaleras, no dimensionamos lo afortunados que somos. Pues bien, hago esta reflexión al ver que el año 2013 empieza a concluir.
Si miro hacia atrás, veo lo dichosa que fui al haber avanzado varias casillas de felicidad en mi tablero, como las constituidas por la oportunidad de celebrar esta década con un viaje que incluía a mis hijos y nietos, así como por otros tantos regalos que la vida me dio. De la misma manera, me tocó descender casillas por serpientes relacionadas con la salud, mismas que, como un tsunami, me tomaron por sorpresa.
Habiendo pasado la tormenta, me doy cuenta de que con ella también se me presentó la oportunidad de crecer y preguntarme lo que puedo aprender de esta experiencia. Y si me permites, querido lector, hoy comparto contigo algo de eso, con el fin de evitar que pases por lo mismo.
Aprendí que la enfermedad en el cuerpo se manifiesta siempre que hay o hubo una desarmonía en la mente. Que cualquier tipo de emoción, sentimiento o preocupación que no enfrentas, expresas o sacas de tu sistema, tarde o temprano se somatiza en el cuerpo de diversas maneras, desde gripa hasta cáncer. Es por eso que hablarlos, trabajarlos o compartirlos con alguien es lo mejor que puedes hacer por tu salud.
Aprendí que si estoy tranquila, estoy más armoniosa y más saludable, y que el cuerpo sólo refleja lo que pensamos y sentimos. Aprendí que cuando algo te duele en el alma, se muestra en el cuerpo. Y que el pensamiento negativo genera energía negativa, la cual se transforma luego en enfermedad.Aprendí que si mantengo mi mente en armonía, logro pensar mejor en cada momento y no permito desarmonizarme por cualquier insignificancia, seré una persona sana y feliz.Así que agradezco a la vida, a las escaleras y a las serpientes de este año por las lecciones que me permitieron crecer. —– www.gabyvargas.com
(*) Escritora