El respeto a los demás es una de las cualidades más grandes que existen en los buenos modales y en la educación del ser humano.
Cuando nos dirigimos a los demás es conveniente hacerlo con cortesía y amabilidad, tratando de no herir a nadie y, por supuesto, evitando la confrontación.
No podemos llegar a encontrarnos con cualquier persona con la “espada desenvainada”. Suele pasar que por algún comentario nos hemos creado una idea distorsionada de esa persona; en estos casos la prudencia y cautela pueden ser nuestros mejores aliados.
Recuerdo una anécdota que me sucedió al asistir a la consulta de un oftalmólogo, con cita previa. Soy muy puntual y cuál sería mi sorpresa cuando al llegar al consultorio la secretaria me dijo que el doctor tenía una cirugía y que tardaría dos horas. Le comenté que me podía haber avisado por teléfono para no esperar dos horas en el consultorio, porque, además, no vivo a la vuelta de la clínica.
No sé qué le dijo la secretaria al doctor, que es una persona afable y cordial, que llegó sin su habitual amabilidad. Me atendió serio, cosa inusual en él, y me diagnosticó desprendimiento de retina, aconsejándome que si lo deseaba el paso siguiente sería cauterizar esa zona.
Por esos días tenía que hacer un viaje relámpago al D.F. y allí consulté a un amigo que es especialista en retina y me comentó que era un pellejito del vítreo que se me había desprendido.
Por lo anterior, y como he dicho, no podemos llegar a un lugar con un juicio predeterminado acerca de una persona, porque podemos herir y lastimar su autoestima y su dignidad. Por eso es muy importante conocer el protocolo, ya que nos enseña el buen comportamiento y las buenas maneras.