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Enrique VIII, de joven encantador a rey sangriento

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Franck Fernández Estrada (*)

Enrique VIII nació en 1509 y fue el segundo hijo de Enrique VII y de Isabel de York.

Adulado por su fuerza, encanto y bravura. Fue reconocido por ser un monarca ilustrado que reinaba sobre la corte más brillante de Europa. Fue amigo personal de los grandes pensadores del momento y permitió el crecimiento de su país: Inglaterra. Pero la Historia también lo recuerda por haber gobernado con desmedida y brutalidad porque arriesgó el futuro de su país por el amor de una joven de su corte y mandó a ejecutar a 2 de sus 6 esposas.

Como verdadero tirano mandó a la muerte y a torturar a miles de sus súbditos, arrasó con cientos de monasterios y rompió los lazos con Roma por interés puramente personal, proclamándose Jefe de la Iglesia Anglicana.

¿Cómo un rey que sacó del Medioevo a su país haciéndolo entrar en la era moderna pudo en 40 años convertirse en un déspota sin escrúpulos obsesionado por el poder y la desmesura? ¿Cómo pudo un joven apuesto y deportista conocido como “el más hermoso príncipe de la Cristiandad” convertirse en un obeso carcomido por las enfermedades? A la muerte de su padre, Enrique VII, sube al trono a los 17 años generando grandes expectativas entre su pueblo agobiado por los grandes impuestos a los que estaba sometido.

Enrique no era el heredero del trono, sino su hermano Arturo, Príncipe de Gales, que había casado con Catalina de Aragón, nada menos que hija de Fernando e Isabel, los muy católicos Reyes de España. Este matrimonio sólo duró meses por la temprana muerte de Arturo. A su muerte, Enrique casó con Catalina, quien juraba que su matrimonio no se había consumado. Enrique VIII, con todas las grandes consecuencias que esto podría traer para su pueblo, para su reino y para toda Europa, se enamoró perdidamente de una de las Damas de Honor de su esposa, Ana Bolena.

Después de 17 años de matrimonio con Catalina de Aragón no hay hijos varones, sino una hija, María, lo que pone en peligro la dinastía de los Tudor que se había instaurado sólo con su padre Enrique VII después de la Guerra de las dos Rosas, que enfrentó a los Tudores (la rosa roja) con los Lancaster (la rosa blanca).

Ana Bolena no aceptaba ninguno de los regalos del rey ni sus avances. Lo hace languidecer y promete sólo entregársele si la hace reina. Lamentablemente para Enrique, ya estaba casado con Catalina y debía realizarse la anulación de su matrimonio. No olvidemos que Catalina era la tía del más poderoso hombre de la época, Carlos I de España y V del Santo Imperio Romano Germánico.

La Inglaterra de la época era un pequeño reino en los confines de Europa, los grandes eran Francia y España (con Francisco I y Carlos I como reyes) pero ambos países querían tener como aliado a Enrique y éste supo jugar con ambos, aliándose ahora a uno y después a otro. El Papa no quería conceder el divorcio porque se ganaría la enemistad de Carlos I. Por otra parte, la Reina Catalina tenía todas las simpatías de la corte y del pueblo, a diferencia de Ana Bolena, a la que acusan de haber embrujado al rey. Catalina le escribió a su sobrino, que a su vez escribió al Papa amenazándolo con destruir el Papado si osaba conceder el divorcio de Enrique y su tía. Esta cuestión privada del rey se convirtió en un elemento crucial de política europea.

El papa Clemente VII transigió y mandó a Londres un embajador, el cardenal Lorenzo Campeggio, para garantizar la imparcialidad del proceso, pero Catalina aún no había dicho su última palabra. La reina se presentó ante el Tribunal mostrando un orgullo muy español y defendiendo su causa. Dio un discurso inolvidable.

No reconoció este tribunal y pidió que se transfiriera el proceso a Roma, rompiendo así las maniobras de su marido.- (Concluirá)

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*) Traductor, intérprete y filólogo.


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