En artículos recientes hemos reflexionado acerca de la ética de los trasplantes de órganos y tejidos.
Por trasplante humano entendemos la intervención mediante la cual se inserta en un organismo humano (receptor) una parte de otro organismo humano (donante), ya sea “vivo”, ya sea “cadáver”. Podemos aquí hablar del autoinjerto, que es el traslado de tejidos de un lugar a otro de la misma persona u organismo. Se le llama homoinjerto, también homoplástico, cuando el trasplante se realiza de un donante a otro de la misma especie. En cambio, el heteroinjerto o heterólogo es el transporte de un tejido de un individuo de una especie a otro individuo de especie distinta.
¿Hay un límite para los trasplantes humanos? Esto es algo que el hombre se pregunta cada vez que el progreso científico-técnico derriba barreras que hasta el día de ayer eran insuperables. Es una interrogante que se impone a los especialistas de medicina y de moral. Exactamente en este contexto surge el desafío ético, que exige el coraje de precisar el límite entre el poder “técnico” y el poder “humano-personal”. El problema nuclear es precisamente la distinción entre la posibilidad física y la posibilidad ética.
El criterio fundamental ético en el trasplante es, por lo tanto, el respeto y la promoción del hombre como persona. En términos más concretos, el trasplante se pone al servicio de la vida, en el sentido de defenderla y favorecerla. La moral, previo juicio favorable del médico, nunca ha tenido dudas sobre la licitud de los trasplantes autoplásticos (extracción y trasplante sobre el mismo sujeto). Lo mismo se podría decir de los trasplantes de carácter estético: se supone que las razones por las que se realizan son serias y racionales.
También está fuera de duda la bondad moral de los trasplantes homoplásticos de un ser vivo, dado que no deja -para su funcionalidad y operatividad- consecuencias sustanciales.
Cuando hablamos de la moral de los trasplantes o donaciones de órganos integrales es necesario recurrir a dos principios complementarios: la indisponibilidad sustancial del propio ser y la solidaridad con los demás miembros de la comunidad humana. Debido a los avances de las ciencias médicas estamos en grado de afirmar que, aunque sigue siendo válido el principio de indisponibilidad, la ciencia nos asegura que no es, en absoluto, el caso de hablar de atentado contra la vida ni contra la integridad sustancial del ser.
La Iglesia afirma que es lícito el uso de los animales “si se mantienen en límites razonables.., pues contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas”.- Padre Alejandro Álvarez Gallegos, coordinador diocesano para la Pastoral de la Salud. pastoral saludyucatan@hotmail.com.
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