Autor: Pilar Varas Gómez (*)
Hay personas que nacen con el don maravilloso de la prudencia y otras que carecen de él, pero afortunadamente tiene remedio, porque, como todo arte, se puede aprender.
En el núcleo familiar podemos inculcarles a los hijos la prudencia, primero siendo prudentes nosotros mismos y luego haciéndoles ver todo lo bueno que conlleva ser una persona prudente.
¿Y cómo es una persona prudente? Es educada, tiene buenos modales y normalmente genera confianza a su alrededor. Es fácil darse cuenta cuando una persona es prudente, porque reflexiona y medita todo lo que ocurre a su alrededor y conoce muy bien la importancia de analizar e intuir las consecuencias que pueden tener sus acciones. Trata a los demás de forma justa y aprende de sus errores.
Una persona prudente conserva la calma en situaciones adversas, lo que conlleva un buen dominio y control de sus emociones. En una conversación o negociación interviene lo necesario y siempre que opina lo hace basándose en hechos que conoce y ha corroborado. Por lo tanto, ser prudente implica decir las palabras justas en el momento preciso, impidiendo de esta manera tener conflictos con los demás.
Hay que tener mucho cuidado al calificar a una persona prudente de débil o cobarde. No hay nada como ser una persona prudente y educada, esto nos permite saber qué hacer y cómo actuar en cada momento, lo que crea y genera una gran seguridad.
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*) Diplomada en protocolo y organización de eventos, y artista plástica. Correo: pvarases@msn.com.