Por: Gaby Vargas
Lo que es la vida: la única de las cuatro hermanas con la que nunca se había llevado era la única que le podía salvar la vida.
Susan, con cáncer en la médula ósea, requería un trasplante y sin las células madre de su hermana Elizabeth Lesser sus posibilidades de sobrevivir eran ínfimas.
Irónicamente desde la infancia habían tenido una relación problemática; discusiones, pleitos y juicios mutuos era lo que predominaba entre ellas, por lo que en su vida adulta evitaban el contacto más allá de las reuniones familiares y protocolarias obligatorias.
El doctor las miró a las dos sentadas frente a él y con los resultados en la mano, sin saber nada sobre su historia, les comentó que a pesar de los esfuerzos médicos era muy probable que las células madre de Elizabeth fueran rechazadas y no se adaptaran al entrar a la médula de Susan. Y que a su vez, la médula de Susan pelearía para defenderse de las células invasoras de su hermana. Por lo tanto, para preparar el trasplante era necesario que las dos se prepararan; tenían que llevar el organismo de Susan a un punto en donde sus defensas estuvieran al mínimo.
Un reflejo
“Rechazo, pleito, defensa”, las palabras del médico quedaron resonando en la mente de Elizabeth. Esas tres palabras eran el reflejo preciso de su relación.
Al salir de la consulta, Elizabeth -una mujer con mucho trabajo espiritual y autora de varios libros- se dio cuenta de que energéticamente ese distanciamiento y rechazo entre ambas se reflejaría irremediablemente en el trasplante. La otra preparación que requerían las dos tenía que darse en un nivel espiritual. Así que invitó a su hermana a tomar un café y tener esa conversación incómoda largamente pospuesta por ambas.
Cuenta Elizabeth, en una entrevista que le realizó Eckhart Tolle frente a un grupo de personas, dentro de las cuales nos encontrábamos mi esposo y yo, que lo primero que se le ocurrió narrarle a su hermana fue la leyenda zen que Tolle narra en su libro La nueva tierra, misma que a continuación parafraseo:
La leyenda
Dos monjes, uno viejo y el otro joven, caminaban por el campo mientras se dirigían a su monasterio. En el camino encontraron a una bella mujer que no podía cruzar el río. Sin pensarlo, el monje viejo cargó a la mujer y cruzó con ella en sus brazos para depositarla en la rivera opuesta y continuar su camino. El joven indignado no podía creer lo que había pasado.
Después de unas horas de caminar en silencio, el monje no resistió y le dijo al maestro: “Maestro, si sabes que tenemos votos de castidad y nos es prohibido tocar a una mujer, ¿cómo pudiste cargar allá atrás a esa señora?”. A lo que el maestro contestó: “A esa mujer yo la dejé en la rivera del río, en cambio, tú la sigues cargando después de cuatro kilómetros”.
Este cuento sirvió a Elizabeth para abordar temas y rencores archivados en la memoria del cuerpo, que ambas hermanas seguían cargando y que tenían que depurar.
La plática se convirtió en un evento amoroso, lleno de ternura y de anécdotas en común en el que desapareció cualquier vestigio de desencuentro. Cuánto lamentaban las dos no haber tenido el valor y la humildad para abrir el corazón años atrás. Cuánto tiempo desperdiciado. Cuánto dolor acumulado.
Gracias a esa charla, las dos entraron a la operación lo mejor preparadas física, mental y espiritualmente. Han pasado dos años del trasplante y las dos se encuentran mejor que nunca.
¿Por qué no propiciar esa conversación incómoda que todos tenemos pendiente con alguien, para así liberarnos de lo que traemos cargando?